martes, 21 de agosto de 2007

UNGERN VON STERNBERG "EL BARON SANGRIENTO"


Artículos de Metapolítica

(por: Julius Evola, "Roma" el 9 de febrero de 1973)


El libro de Ferdinand Ossendowski, "Bêtes, Hommes et Dieux", cuya traducción italiana acaba de ser reeditada, conoció una amplia difusión cuando apareció en 1924. Quienes han leído esta obra han sido generalmente sensibles al relato de las peripecias del agitado viaje que realizó Ossendowski en 1921-1922, a través del Asia central, para huir de los bolcheviques, pero también a lo que refiere acerca de un personaje de excepción que encontró, el barón Ungern-Sternberg, sin olvidar lo que le fue dicho a propósito del "Rey del Mundo". Deseamos volver aquí sobre estos últimos puntos.
En Asia, una especie de mito se habría creado alrededor de Ungern-Sternberg, hasta el punto de que habría sido adorado en ciertos templos de Mongolia como una manifestación del dios de la guerra. Existe además una biografía novelada de Ungern, aparecida en alemán con el título "Ich befehle" ("Yo ordeno") (1), mientras que interesantes datos sobre su personalidad, suministrados por el jefe de la artillería de la División de Ungern han sido publicados en la revista francesa Études Traditionnelles. Nosotros mismos tuvimos ocasión de oir hablar directamente de Sternberg por su hermano, que debía ser víctima de un destino trágico: habiendo escapado a los bolcheviques y regresado a Europa a través de Asia tras toda clase de vicisitudes increíbles, él y su mujer fueron asesinados por un portero preso de la locura cuando Viena fue ocupada en 1945.
Ungern-Sternberg pertenecía a una vieja familia báltica de origen vikingo. Oficial ruso, mandaba en Asia, en el momento en el que estalló la revolución bolchevique, numerosos regimientos de caballería, que poco a poco acabaron convirtiéndose en un verdadero ejército. Ungern decidió combatir con éste la subversión roja hasta las últimas posibilidades. Operaba a partir del Tíbet; y fue él quien liberó al Tíbet de los chinos, quienes en la época habían ocupado una parte de su territorio. Mantuvo además estrechas relaciones con el Dalai-Lama, tras haberlo liberado.
Las cosas tomaron tal magnitud que acabaron por preocupar seriamente a los bolcheviques, que, regularmente derrotados, fueron obligados a organizar una campaña de gran envergadura, bajo el mando del "Napoleón rojo", el general Blücher. Después de algunos altibajos, Ungern fue vencido, favoreciendo esto la traición de algunos regimientos checoslovacos. Existen numerosas versiones contradictorias de la muerte de Ungern, pero nada preciso se sabe. Sea como sea, se pretende que tuvo un exacto conocimiento anticipado de su propia muerte, así como de ciertas circunstancias particulares: por ejemplo, habría adivinado que sería herido en el asalto a Urga.
Dos aspectos de Sternberg nos interesan aquí. El primero concierne a su personalidad, que presenta una mezcla de rasgos singulares. Hombre de un prestigio excepcional y de un coraje sin límites, era también de una crueldad despiadada, inexorable hacia los bolcheviques, sus mortales enemigos. De ahí el sobrenombre que le fue impuesto: el "barón sanguinario".
Es posible que una gran pasión hubiera "quemado" en él todo elemento humano, no dejando subsistir en su persona más que una fuerza indiferente a la vida y a la muerte. Al mismo tiempo, encontramos en Ungern rasgos casi místicos. Antes incluso de ir a Asia profesaba el Budismo (el cual no se reduce a una doctrina moral humanitaria), y las relaciones que mantuvo con los representantes de la tradición tibetana no se limitaban al dominio exterior, político y militar, en el marco de los acontecimientos mencionados anteriormente. Ungern poseía ciertas facultades supranormales: algunos testigos han hablado de una especie de clarividencia que le permitiría leer en el alma del otro, según una percepción tan exacta como la relativas a las cosas físicas.
El segundo punto concierne al ideal defendido por Ungern. El combate contra el bolchevismo habría sido la señal de una acción más vasta. Según Ungern, el bolchevismo no era un fenómeno autónomo, sino la última e inevitable consecuencia de procesos involutivos que se han verificado desde hace tiempo en el seno de la civilización occidental. Como antaño Metternich, percibía justamente una continuidad entre las diferentes fases y formas de la subversión mundial, a partir de la Revolución francesa. Ahora bien, según Ungern igualmente, la reacción debería partir de oriente, de un oriente fiel a sus tradiciones espirituales y unido, frente al peligro amenazador, con todos aquellos que hubieran sido capaces de una rebelión contra el mundo moderno. La primera tarea habría consistido en eliminar al bolchevismo y liberar Rusia.
Es interesante, por otra parte, saber que, según numerosas fuentes en cierta medida dignas de fe, Ungern, convertido en el liberador y protector del Tíbet, habría mantenido entonces, en vistas a este plan, algunos contactos secretos con los representantes de las principales fuerzas tradicionales, no solamente de la India, sino del Japón y del Islam. Se trataba de realizar poco a poco la solidaridad defensiva y ofensiva de un mundo todavía no herido de muerte por el materialismo y la subversión.
Enfoquemos ahora el segundo problema, el del "Rey del Mundo". Ossendowski afirmó que los lamas y los jefes del Asia central tuvieron ocasión de hablarle de la existencia de un misterioso centro inspirador denominado Agarttha, residencia del "Rey del Mundo". Tal centro sería subterráneo y podría comunicarse, por medio de "canales" situados bajo los continentes y los océanos, con todas las regiones de la Tierra. En la forma en que Ossendowski habla de ello, estas informaciones presentan un carácter demasiado imaginativo. Es preciso reconocer el mérito de René Guénon por haber puesto de relieve, en su libro Le Roi du Monde, el verdadero contenido de estos relatos, no sin señalar este significativo detalle: se trata del mismo centro misterioso en la obra póstuma de Saint-Yves d'Alveydre titulada La mission des Indes, aparecida en 1910, y esta obra no era conocida por Ossendowski.
Lo que es necesario comprender es que la idea de un centro subterráneo (difícil de concebir, aunque no sea sino a causa del alojamiento y del aprovisionamiento, desde el momento en que no está habitado por puros espíritus) debe ser más bien traducida por la idea de un "centro invisible". En cuanto al "Rey del Mundo" que allí residiría, esto nos reenvía a la concepción general de un gobierno o de un control invisible de mundo o de la historia; la fantástica referencia a los "canales subteráneos" que permiten a este centro comunicarse con numerosos países debe ser igualmente desmaterializada: de hecho, se trata de las influencias, ejercidas, por así decir, "entre bastidores", por este centro.
Sin embargo, incluso si todo ello se entiende en esa forma más concreta, no dejan de aparecer graves problemas, por poco que uno se atenga a los hechos. Es cierto que el espectáculo ofrecido de forma más o menos precisa por nuestro planeta apenas nos indica la idea de la existencia de este "Rey del Mundo" y de sus influencias, admitiendo que éstas deberían ser positivas y rectificativas.
Los lamas habrían dicho a Ossendowski: "El Rey del Mundo aparecerá ante los hombres cuando haya llegado el momento de guiar a todos los buenos en la guerra contra los malos. Pero este tiempo aún no ha venido". Se trata aquí de la adaptación de un tema tradicional que también fue conocido en occidente hasta la Edad Media.
Lo que es verdaderamente interesante es que este orden de ideas haya sido presentado a Ossendowski en el Tíbet, por los lamas y los jefes de estas regiones, como derivando de una enseñanza esotérica. Y la manera más bien grosera en la cual Ossendowski refiere lo que le fue dicho, insertándolo en el relato de sus peregrinaciones, permite precisamente pensar que no se trata, por su parte, de una quimera personal.
(1) Edición original: Berndt Krauthof, Ich befehle, Tauchnitz Verlag, Brême, 1938; 2(a) ed.: Leipzig, 1942.
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