lunes, 10 de marzo de 2008

Lovecraft y el Demonio de la Ciudad


Artículos de Metapolítica


Por José Luis Ontiveros


La civilización de la ciudad, afincada en el culto a la razón y al progreso, ha extirpado el misterio, el valor de lo numinoso y el arte fantástico. Contra esa rebelión de los sedentarios, dedicados a trabajos mezquinos y a la construcción de sistemas abstractos y gobiernos degradados se levanta desde las simas profundas el reino de lo invisible, la provocación de la imaginación (*). En la lucha por la restauración del cielo y del infierno, de la existencia de lo maravilloso, del deseo de la aventura surge entre los tejados puntiagudos de Nueva Inglaterra, un escritor, que a la vez será sumo sacerdote de su mitología: Howard Phillips Lovecraft.

Lovecraft: la razón y lo sobrenatural
Lovecraft (1890-1937) es uno de los últimos profetas que anuncia el final del ciclo racionalista de la civilización industrial y de sus dogmas ideológicos, su revelación -como todas las pertenecientes a la tradición mágica y religiosa- tiene el doble poder del caos y la creación. De alguna manera los espíritus ancestrales mantuvieron con él una continua comunicación secreta, mas el escritor de los mitos de Cthulhu tuvo como visitas sagradas transmisoras de una nueva sabiduría a los gatos, cuyas antenas captan lo sobrenatural; el Espíritu desdeñó manifestarse por enviados especiales como los ángeles o los dioses, los gatos noctívagos de Lovecraft le maullaron al oído la historia terrible de la Gran Raza, el fuego deslumbrante de las cúpulas de la ciudad de Kadath y la vida monstruosa de las bamboleantes criaturas anfibias de la sacrílega Innsmouth.El Espíritu al que el positivismo y la ciencia materialista tuvieron como una creencia inútil, sobrevivencia folclórica de las supersticiones primitivas, religión -cuando los santos y los magos se han ocultado- la soledad de un alma gótica y dieciochesca para mostrarse. Lovecraft tuvo apariciones, presencias milagrosas y sueños premonitorios (una parte significativa de sus relatos son transcripciones de sus sueños). Quizá por ello el destino de Lovecraft es en sí un inmejorable relato fantástico: su vida aislada y atormentada, su familia desquiciada, su "fracaso" ante las exigencias de la vida práctica son las señales que distinguen a los fieles del reino. En caso de vivir en otra época el "sumo sacerdote Ech.Pi-El" es muy probable que hubiera oficiado los ritos que activan tanto a las fuerzas de lo alto como a los poderes subterráneos, de tal suerte que sus textos se integrarían al mensaje Zoroástrico, al Apocalipsis cristiano y al retorno del majdhí de la tradición islámica. Símbolos que se refieren a la muerte para afirmar la resurrección, que cierran los ciclos cósmicos con una catástrofe purificadora. El hierofante de Providence veía su propia vida como un desafío al espíritu de los tiempos, al demonio de la ciudad: "Cuando el mundo se sintió cargado de años, y el asombro abandonó la mente de los hombres; cuando las ciudades grises alzaron a los cielos negros de humo elevadas, adustas y feas torres, a cuya sombra nadie podía soñar con el sol y los prados floridos de primavera; cuando la tierra quedó despojada de su manto de belleza, y los poetas no cantaron ya sino a retorcidos fantasmas que veían sus ojos legañosos e introspectivos; cuando ocurrieron todas estas cosas, surgió un hombre que emprendió un viaje más allá de la vida, en busca de los espacios adonde habían huido los sueños de este mundo" (1).

Lovecraft y las ideas modernas
Lovecraft en una vertiente distinta a las sagas de Tolkien, en la dimensión de lo terrorífico, sustenta a lo extrarracional y a lo suprarracional como las genuinas fuentes de lo numinoso, en una sociedad que reprime toda ascensión vertical por su dialéctica horizontal, y que ha trivializado deliberadamente los contenidos arquetípicos del arte fantástico a "creencias infantiles" o a los relatos de hadas y de fantasmas. Si Lovecraft se disfrazaba en su adolescencia con viejas ropas del siglo XVIII; si su artículo Idealismo y materialismo: una reflexión (2) ha sido empleado para avalar su supuesto "materialismo mecanicista"; si sus ideas políticas influidas por Chamberlain han sido esgrimidas como "racistas"; lo cierto es que Lovecraft rechazaba envenenarse con la ponzoña de la ciudad y con los ideales de la civilización estadounidense (actual civilización planetaria materialista): "Todos los ideales de la moderna América -basados en la velocidad, el lujo mecánico, los logros materiales y la ostentación económica- me parecen inefablemente pueriles y no merecen seria atención" (3); libró una guerra oculta en los reinos de Plutón y de Proserpina para abandonar las máscaras que le impuso el contacto con la "masa de los durmientes", con la cenagosa multitud productiva.La rareza de Lovecraft, su originalidad irreductible reside, precisamente, en su desasimiento mágico de la realidad, prueba de "alejamiento del mundo" de la tradición arturiana de Merlín, en la que el iniciado ejerce sobre sí la transformación de su naturaleza, de forma semejante a la iniciática llave de plata que persigue su personaje Randolph Carter, en que los valores de la vida cotidiana se vuelven insignificantes ante la manifestación profunda de los sueños y de una existencia simbólico-onírica. Lovecraft puede ser exhibido como un caso de autista aristocrático en un sentido inmediato y profano, como la mayoría de sus personajes trastornados y poseídos por fuerzas superiores entre los que se distingue el oprobioso árabe loco Abdul Alhazred, autor del Necronomicón, eje central de la bibliografía canónica lovecraftiana. Así dice el copioso epistológrafo de Providence, autor se ha calculado de unas cien mil cartas (4): "El atractivo de lo espectralmente macabro es por lo general escaso porque exige del lector un cierto grado de imaginación, y capacidad para desasirse de la vida cotidiana" (5).

Contra la urbe
La locura de Lovecraft de ser una forma singularísima, en el territorio uniforme y sin cimas de la civilización racionalista, encarnada en el sentido común de la masa, constituye una prueba de una predilección preternatural y oscura. El Espíritu que asiste tanto a las hogueras célticas y a los dólmenes (que tanto impresionaban a Lovecraft), como a los monasterios y a las regiones más allá del tiempo y del entendimiento se manifestó en él mismo por la fantasía de su vida, hecha a contracorriente, desde el pozo del arcano y el enigma del descensus ad inferos. Lovecraft es en un sentido un reaccionario partidario del nativismo anglosajón creyente en las "hordas bituminosas" y en la "proliferación de los ritos y creencias sirias". Aclararé que su reacción va dirigida contra la decadencia de la existencia de las urbes y de su civilidad fingida, su gregarismo y su temor a todos los valores bárbaros. Se trata entonces de un reaccionarismo, que enfrenta desde el misterio y los instintos ancestrales (el inconsciente colectivo) el fetiche de la modernidad como sinónimo de desarrollo y progreso. Lovecraft mira con profunda desconfianza, la condensación del diabolismo de una civilización degradada e invertida, que construye colosales ciudades que aprisionan los sueños -describe así los rascacielos de Nueva York como "los pesadillescos cobijos de cornejas de esta metrópoli babilónica". Lovecraft define así su revuelta solipsista contra la civilización de la Razón y de la ciudad: "En cuanto a mí, me he retirado definitivamente de la presente edad. En un mundo de caos sin sentido y en un planeta de utilidad y ruina, nada sino la imaginación tiene importancia" (6).

Estilo literario
Se ha pretendido encasillar a Lovecraft en las formas de la contracultura de los años 60, como si perteneciera su combate contra la ciudad intoxicada, a uno de los ritos urbanos que se cumplió superficialmente en una moda. Lovecraft expresa los temores primordiales, como un rito de pasaje, en el que el caos es sometido por el hechizo de su delirante escritura. Otra crítica se ha detenido en el estilo de Lovecraft. Estilo literariamente repetitivo, se le ha llamado "lenguaje barroco, desquiciado, confuso y aglomerado". Se ha marcado también la asimilada influencia de Poe y de Lord Dunsany. Incluso se ha pretendido la caracterización de la forma literaria de Lovecraft, como una escritura basada en la repetición de imágenes símbolo pero incapaz de crear una fascinación literaria. Lovecraft, afincado en la experiencia mística del arte, señaló el rasgo esencial de la literatura fantástica-terrorífica: "La única prueba de lo verdaderamente preternatural es la siguiente: saber si despierta o no en el lector un profundo sentimiento de pavor, y de haber entrado en contacto con las esferas y poderes desconocidos" (7).La ciudad con sus charcos podridos y sus máquinas parece no escuchar el sonido y ulular de las voces que presienten su destrucción: la literatura mágica y rebelde.

Notas
(1) Sprague de Camp, Lovecraft (biografía), Editorial Alfaguara, Madrid, 1978.(2) El artículo de referencia expresa una visión lovecraftiana, es decir, imaginativa antes que estrictamente racionalista, hace referencia a los "ateos idealistas" como los compañeros necesarios de los teístas. Por otra parte el escritor anglosajón afirmaba como valores la mística y la estética: "Me parece -a mí que soy ateo y de ascendencia protestante- que el catolicismo es una fe realmente admirable para aquellos artistas cuyo gusto es enteramente gótico y místico, sin mezcla alguna de lo clásico e intelectual".(3) H.P. Lovecraft y otros, Los mitos de Cthulhu, biografía y notas de Rafael Llopis, Editorial Alianza, libro de bolsillo, número 194, Madrid, 1983.(4) Sprague de Camp, ob. cit.(5) H.P. Lovecraft, El horror en la literatura, Editorial Alianza, libro de bolsillo, número 1002, Madrid, 1984.(6) Sprague de Camp, ob. cit.(7) H.P. Lovecraft, ob. cit.* Vid. Tema Central nº 2 de Punto y Coma. Madrid, Diciembre, 1985. Enero, 1986.

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